Sin mucha precisión y con el riesgo de contar con ejemplos imperfectos, podemos decir que el pensamiento que circula en las ciudades está encarnado en artefactos de todas las escalas y para todos los propósitos. Así, las concentraciones urbanas son los grandes contenedores de los objetos y las ideas que nos rodean, en los espacios íntimos de lo privado y en la amplitud del territorio público y compartido. Por otro lado, las urbes han sido el plató de las guerras, las protestas y las plagas. De alguna manera, las ciudades son un gran escaparate en continua transformación y reciclaje, donde nosotros somos los actores (testigos, jueces o verdugos) del cambio. De allí aparecen las nuevas ideas que conforman la memoria y luego el patrimonio. En este escenario de laboratorio de civilización, existe una materialidad en forma de objetos que se cambian de rol cuando emergen esas nuevas ideas. Un ejemplo de este cambio está en el relato de Carlos Álvarez Saá, en el libro Los Diarios Perdidos de Manuela Saenz y otros papeles, con un fragmento referido a los preparativos para la gran Batalla de Ayacucho de 1824, la última de las guerras independentistas lideradas por Simón Bolívar en Perú: […]
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